El Instituto Nacional Indigenista (INI) estuvo a la vanguardia del indigenismo hemisférico desde 1951 -fecha en la que el piloto Centro Coordinador Indigenista Tzeltal-Tzotzil abrió sus puertas- hasta mediados de la década de 1970, gracias a los innovadores programas de desarrollo lanzados y afinados en los Altos de Chiapas. Con base en una rica documentación histórica, este libro relata cómo los indigenistas y sus planes utópicos se enfrentaron no sólo a explotadores locales sino también a una creciente indiferencia del gobierno federal. Su autor explora cómo un proyecto indigenista que inicialmente contempló importantes reformas estructurales terminó en la penuria, administrando tímidos y muy criticados programas de asimilación cultural. Hay algo de verdad en la observación de Fernando Benítez de que el INI se convirtió en "el chivo expiatorio sobre el cual tratamos de descargar el remordimiento que nos produce una situación de injusticia, una llaga abierta desde los tiempos de la Conquista".