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Tipo de fuente (origen) del contenido: Sitio web
Título de la fuente: Reseñas CeLeHis
Nota de citación:
Reseñas/CeLeHis Año 8, número 23,
diciembre - marzo ISSN 2362-5031
Valeria Añón y Loreley El Jaber
(compiladoras) /María Jesús Benites (compiladora y editora)
Modernidad, colonialidad y escritura en América
Latina. Cruces, discursos y relatos
San Miguel de Tucumán
EDUNT
2020
476 páginas
PALABRAS CLAVE: COLONIALIDAD – ARCHIVO
– REPRESENTACIÓN – AGENCIAS
KEYWORDS: COLONIALITY
– ARCHIVE – REPRESENTATION – AGENCIES–
Los estudios coloniales, revisitados
Cristina Beatriz Fernández1
Luego del consabido prólogo general, a cargo de María
Jesús Benites, encontramos los capítulos del libro, agrupados en cuatro
secciones. La primera, titulada “Traducción, violencia y representación”,
incluye unas “Palabras liminares” de Loreley El Jaber y cinco capítulos: en el
primero, Carmen Perilli, a partir de conceptos de Rolena Adorno, Walter
Mignolo, Frank Salomon, Beatriz Sarlo, Antonio Cornejo Polar y Ángel Rama,
entre muchos otros, reflexiona acerca de los modos de
representación de la otredad americana, la colonización de los imaginarios y el
sometimiento de la oralidad a la escritura alfabética, las imbricaciones entre colonialidad
y modernidad, así como la importancia de las ciudades en el Nuevo Mundo y el
desarrollo de un universo cartográfico que buscó apresar esos espacios otros. A
continuación, Eyda M. Merediz explora la productividad del mito de la Malinche
mexicana para estudiar, comparativamente, el proceso de colonialidad /
modernidad de las islas Canarias, que considera, con buenos argumentos,
estrechamente imbricado al proceso de colonización de América. Rastrea, con esa
finalidad, las crónicas de la conquista de Gran Canaria, así como poemas épicos
y comedias del siglo de Oro, para poner en evidencia similitudes estructurales
en ambos procesos de apropiación y recreación de mitos fundacionales,
incluyendo los concernientes a las apariciones marianas, que fueron funcionales
para mitigar los aspectos controversiales de los procesos de expansión
imperial, del mismo modo en que las narrativas de colonización hicieron uso del
discurso amoroso como estrategia de mestizaje armónico. El capítulo que sigue
pone el énfasis en cuestiones de representación intersemiótica, pues Olga
Santiago nos ayuda a reflexionar sobre las vinculaciones entre la
representación visual de las matanzas y persecuciones a protestantes en Europa,
y la representación, coetánea, de las matanzas de indígenas en América.
Recupera un hilo conductor entre la persecución a la disidencia religiosa por
parte del catolicismo en tierras europeas y el nacimiento de la leyenda negra
en América, a partir de políticas de la imagen que nutrieron el ataque de los reformistas
protestantes contra los católicos contrarreformistas. En ese marco histórico,
cobró especial relevancia la obra del orfebre belga calvinista Theodor de Bry
(1528-1598), cuya serie Americae, que constaba de trece volúmenes
destinados a ilustrar viajes de exploración, conquista y colonización al Nuevo
Mundo, editada en Frankfurt en 1597, en alemán y, al año siguiente, en latín,
representaba en imágenes la misma crueldad que denunciaba el padre Las Casas.
En palabras de la autora:
La práctica de imprenta y grabado se inscribe entonces en una lucha
político religiosa durante los siglos XVI y XVII. Los católicos se valieron de
las imágenes predominantemente para la evangelización, mientras los
protestantes (iconoclastas) que rechazaban el uso de imágenes en el culto
sagrado, las utilizaron en su enfrentamiento con los católicos. Las usaron para
condenar su política de conquista en el Nuevo Mundo, denunciar la incoherencia
entre la conducta española y la doctrina católica que hacía énfasis en los méritos
de las buenas acciones para la salvación de las almas (Santiago: 88).
Siguiendo la línea de la compleja
representación de las creencias, Itzá Eudave Eusebio, se concentra en las
formas de colonización del saber indígena en la obra de Bernardino de Sahagún,
con particular atención a determinadas traducciones de vocablos y conceptos
indígenas de la lengua náhuatl que fueron el puntal para identificar creencias
amerindias con formas de la idolatría. Asimismo, analiza el empleo de la
analogía como mecanismo cognitivo ya reconocido por las autoridades de la
tradición greco-latina. Cierra la sección Carolina Sancholuz, quien recupera a
Theodor de Bry, a partir de su lectura del Tríptico de la infamia de
Pablo Montoya, en consonancia con el rescate de la voz de Las Casas, una voz
que alcanza, en su propuesta de análisis crítico, la dimensión de una clave
interpretativa de la violencia que aún atraviesa la historia del continente.
La segunda parte, titulada
“Cartografías y relatos imperiales” es presentada por Loreley El Jaber y consta
de tres capítulos. En el primero de ellos, Valeria Añón se concentra en el
análisis de los silencios en la prosa de Hernán Cortés, un corpus que se
caracteriza por el exceso escriturario, pero en el cual la autora rastrea las
complejidades de una voz que reconstruye los papeles perdidos tras la huida de
Tenochtitlán, así como la mediación del escriba o amanuense al que Cortés le
dictaba. Se suma a esto, la operación editorial de introducir un acápite y un
colofón dando cuenta del posterior éxito cortesiano, que resignificó, para el
lector europeo, el sentido de las cartas de relación, una denominación
que se inauguró en ese mismo proceso editorial y que insertó al texto en dos
prestigiosas tradiciones: la del viaje y la de la epístola. Todo ello en el
marco de un estilo marcado por los recursos de la elisión y la metonimia y que
fue el punto de partida para una serie de reescrituras efectuadas por sus
contemporáneos, siempre en busca de completar o resignificar los silencios
cortesianos. A continuación, María Jesús Benites trabaja con el Viaje del
Mundo de Pedro Ordóñez de Ceballos, desde la categoría de relato de viaje y
no de autobiografía soldadesca –como suele hacerse–, lo cual le permite inscribirlo
en la serie del río Amazonas. Resulta de sumo interés el modo en que Benites
establece puntos de contacto y de diferenciación entre el relato de viaje y
otros modos discursivos que procuran hegemonizar “lo visto y lo vivido bajo la
incuestionable tutela de lo verdadero” (187), como las relaciones geográficas y
el discurso historiográfico en sus diversas vertientes. Cierra esta sección el
trabajo de Marcelo Fabián Figueroa, con una relevante contribución a la
historia de la producción del conocimiento científico y las asimetrías entre
los lugares de enunciación y de generación de ese mismo conocimiento. En este
caso, estudia el modo en que coleccionistas amateurs locales, en
especial la figura de Thomasa Altolaguirre, contribuyeron al acervo de datos y
ejemplares recolectado por Antonio Pineda durante la primera estadía de la
expedición Malaspina en el Virreinato del Río de la Plata. Su exhaustivo
trabajo de archivo pone en escena la articulación desigual entre el saber
naturalista de los criollos y las expediciones científicas enviadas desde la
metrópoli, con el agregado, no menor, de cuestiones de género, que impedían,
por ejemplo, que Thomasa Altolaguirre se integrase a los circuitos académicos.
Simultáneamente, su contribución exhibe cómo las ideas y las prácticas de la
historia natural articularon espacios domésticos y públicos en el siglo XVIII.
Llegamos así a la tercera parte del
libro, titulada “Agencias coloniales en conflicto”. Tal como explica Valeria
Añón en los preliminares de la sección, el eje rector es la noción de agencia,
“entendida en términos de capacidad de actuar en el mundo por parte de agentes
diversos” (229). El primer trabajo le corresponde a Loreley El Jaber, quien
analiza lo que podría considerarse el primer caso de la literatura policial en
el territorio rioplatense: a partir del estudio de procesos entablados contra
Adelantados del Río de la Plata, como ser Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza
de Vaca, Jaime Rasquin o Juan Ortíz de Zárate, El Jaber sigue la huella de la
emergencia y existencia de las voces de la plebe presentes en el archivo
judicial rioplatense del siglo XVI, tratando de reconstruir, en particular, las
versiones en torno de la muerte de Juan Osorio, compañero del adelantado Don
Pedro de Mendoza. Versiones que fueron de circulación oral en su mayoría, pero
que el proceso judicial recuperó a partir de testimonios de miembros de la
tropa. También hay algo de afán detectivesco en Clementina Battcock, quien
persigue con rigor filológico las huellas de la denominada “Crónica X”, uno de
los grandes enigmas de la historiografía novohispana de tradición indígena,
pues se trataría de la fuente –perdida– de diversas obras de tradición mexica,
aunque la autora esboza la hipótesis de que quizás ese manuscrito no haya
existido nunca. En el mismo terreno cronístico, María Inés Aldao se detiene en
una categoría de textos que se diferencian no sólo de las crónicas de la
conquista sino también de las denominadas crónicas mestizas: las crónicas misioneras.
Lo hace en atención a las peculiaridades de enunciación de otro sujeto
colonial: el fraile de una orden religiosa que, más que escribir para informar
sobre las peculiaridades del Nuevo Mundo, lo hacía para orientar la
evangelización y con un fuerte componente de crítica a los otros europeos, no
religiosos –soldados, conquistadores, etc. Por eso no estaban destinadas al rey
ni al poder civil sino a los hermanos de una misma orden que estaban por
emprender la tarea de misionar en las Indias. La escritura como parte de la
agencia de un sujeto religioso aparece, aunque desde otro ángulo, en el trabajo
de Oscar Martín Aguierrez, quien comparte resultados de su investigación sobre
Francisco de Ávila y su trabajo de extirpación de idolatrías en los Andes
Centrales en los siglos XVI y XVII. Muchos son los aspectos a destacar de este
trabajo: la relación entre la escritura y la escucha, la complementariedad
entre la recolección de ídolos, destinados a ser quemados en la plaza
pública, y manuscritos no publicados, propios y ajenos, preservados en la
biblioteca privada de Ávila, que se convirtió así en un instrumento más de
control y dominación, a partir de esos libros colonizados. Desplazándose
hacia México, Rossana Nofal analiza la condición de protesta en la escritura
testimonial de Carlos de Sigüenza y Góngora, en particular en los Infortunios
de Alonso Ramírez (1690) y en Alboroto y motín de los indios en México (1692).
A pesar de las modalidades de la derrota que se buscaba conjurar en esos textos
–el naufragio, la crisis económico-social–, es evidente la solidaridad de
Sigüenza con el poder colonial, a cuyo servicio puso memoria y escritura. En el
siguiente capítulo, retornamos a América del Sur con Enrique N. Cruz y Grit K.
Koeltzsch, quienes estudian, en el contexto de Jujuy del siglo XVIII, las
peculiaridades de la sublevación tupamara que, lejos de consistir en una
rebelión tendiente a la separación, fue en verdad un modo de agenciar modos
mejores de integración al sistema mercantil regional. La puesta en diálogo del
expediente de la sublevación jujeña de 1781 con un archivo documental más
extenso, permite a los autores ahondar en las complejas relaciones entre
distintas etnias indígenas y sus roles no siempre homogéneos en relación con el
poder imperial, así como la que llaman “configuración institucional de
los dominados” (350) que les permite concluir en que “lo que se buscó fue más
bien una mejor integración al sistema de dominación colonial, no la rebelión y
resistencia contra la explotación española o la autonomía política y social”
(350). También producto de un trabajo de archivo, el capítulo de Juan Ignacio
Pisano trae a primer plano los antecedentes coloniales de la poesía gauchesca.
Entre lo letrado y lo plebeyo, la oralidad y la escritura, la construcción de ficciones
de pueblo y la disputa por su lugar en el canon de una literatura nacional,
la gauchesca también ofrece sorpresas al investigador que se adentra en el
archivo, donde algunos textos manuscritos lo alertan sobre la falsa –o, al
menos, simplista– identificación entre el surgimiento del género y el
movimiento independentista.
La cuarta y última parte del libro está dedicada a tres relecturas de una figura estelar del período colonial: Sor Juana Inés de la Cruz. Tras la presentación de Valeria Añón, Beatriz Colombi pone en diálogo los retratos cruzados entre Sor Juana y Lysi, la marquesa de la Laguna, es decir, la virreina que fue responsable de la primera edición metropolitana de los textos de la poetisa mexicana. El descubrimiento de nuevos documentos, incluidos en un libro reciente que ha significado una valiosa contribución al conocimiento de esa mujer de la nobleza que fue amiga y mecenas de Sor Juana2,es retomado aquí para exponer las modalidades de esas nuevas “agencias femeninas” (391) en el contexto colonial. Colombi encuentra en las cartas de María Luisa “el genotexto de la vida de autor que de un modo u otro acompaña a las diversas ediciones de la obra de la jerónima” (394). Por otro lado, demuestra que a pesar de que ninguno de los retratos escritos que se dedicaron mutuamente las célebres amigas esté sostenido en la religiosidad, pues son otros los valores que se ponderan en cada caso, la reescritura del discurso mariano sigue siendo la clave de bóveda de esos elogios. A su turno, Carla Fumagalli revisa el archivo sorjuanino para reivindicar el valor de los preliminares a sus obras como una “máquina del tiempo” (434) que nos permite leer en su contexto esa producción, un problema que se proyecta a gran parte del archivo de la literatura latinoamericana. Su propuesta de recuperar los preliminares del lugar marginal en que los dejaron ediciones como la de Méndez Plancarte –valiosa por tantos otros motivos– se fundamenta en que “los preliminares son prueba y parte de una institución literaria (que incluye productores, editores y lectores) muy diferente de la actual” (427). Por último, Facundo Ruiz se ocupa de desbrozar algunos problemas en torno al Primero Sueño o, simplemente, el Sueño, como lo llama Sor Juana, como la cuestión del cambio de títulos y el rol modélico que, borgeanamente, le otorgó esa pieza sorjuanina a las Soledades de Góngora.
Al final del volumen, nos encontramos con un epílogo en la pluma de Noé Jitrik, quien pondera el valor de las distintas metodologías de análisis empleadas, como la que propende a la exploración de los archivos o la filológica, para leer estos textos producto de la “emergencia de América en el horizonte mundial” (453). A las apreciaciones de este epílogo, nos permitimos agregar que este libro tiene el mérito de ofrecer un mapa diverso y consistente sobre múltiples aristas de los estudios coloniales, sostenido en análisis rigurosos de los especialistas convocados así como en una bibliografía que es, de por sí, una propuesta de profundización en este campo disciplinar. En síntesis, revela, por un lado, la madurez de la reflexión y el diálogo fluido entre los colaboradores y, por otro, la siempre renovada potencialidad de las letras coloniales.
1 Doctora en Ciencias del Lenguaje con mención en
Culturas y Literaturas Comparadas (UNC). Profesora Asociada en la cátedra de
Literatura y Cultura Latinoamericanas I, Departamento de Letras, Facultad de
Humanidades, UNMDP. Investigadora Independiente en el CONICET. Contacto: cristina.fernandez@conicet.gov.ar
Fecha de publicación: 2021
La emergencia de América en el horizonte mundial pasó por tres etapas, cada una con sus rasgos propios: descubrimiento, conquista, colonia. Cada una generó su cadena de iniquidades –quién lo puede ignorar— y de episódicos rescates –lenguas, tradiciones, saberes—, así como la de sus épicas. Generó, además, una cadena interna: lo acontecido en una perduró en las otras y el conjunto se naturalizó hasta el olvido.
Hoy los problemas que atañen y afectan al continente parecen no tener nada que ver con esa historia. Sin embargo, palpitan por debajo, determinan lenguajes y modalidades, y son una cantera de significaciones en la que audaces investigadores, como los reunidos en este libro, hallan piedras preciosas, un mundo febril y apasionante –se diría que inextinguible en lo que aún sigue oculto-, desafío intelectual y socialmente moral en el que se debate nada menos que la identidad de esos pueblos
Noé Jitrik