La
obra transcurre en un pueblo sin nombre, donde los protagonistas nacen, crecen,
se reinventan. Martín González nos sumerge en las vidas de Tyrrell y Julia, nos
compenetra con los senderos que transitan. Todo confluye en una vieja farmacia
y una casa, que es mucho más que una casa. Es la posibilidad de encontrarle un
significado al dolor, a la frustración. El registro de la novela es dramático,
a veces irónico. Las reflexiones filosóficas se hilvanan y generan un relato de
suspenso.