A orillas del río Tomebamba, saltando entre grandes parches de colores tendidos sobre la hierba, juegan chiquillos de todas las edades que acompañan a sus madres a lavar la ropa.
Entre esos niños. Hay uno que sólo a primera vista parece igual a los demás. Su piel está curtida por el viento del páramo, sus ojos son dos grandes peces escurridizos con reflejos de algas y sol, sus pies morenos se deslizan de piedra en piedra y nunca se resbala; parecería que hasta pudiera caminar sobre las aguas, porque se les ingenia para descubrir caminos entre las piedras y pasar de una orilla a la otra por lugares que nadie más se atrevería. Hay quienes aseguran que algún verano lo vieron correr por medio río, a lo largo de todo el Barranco, ¡sin parar!...