General / "Trade"
Las obras que el autor ha publicado, y que se encuentran reunidas en esta edición, son: Cabeza quemada (Edición Papeles de la iguana, 1990); Tabla de mareas (La (h)onda de David, Universidad de Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, Alianza Francesa, 1998); Ocúpate de la noche (Universidad de Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2000); La hierba del cielo (Editorial Pedro Jorge Vera, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2002); Cuatrocientos cuerpos (Editorial Pedro Jorge Vera, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2009); Nurdu (Pirata Cartonera, 2018); y poesía inédita.
Por petición del cura fue bautizado originalmente como Jorge Bolívar, pero sus padres desobedecieron la demanda eclesiástica y registraron a su hijo como Jorge Roy. Su madre, una asidua consumidora del cine estadounidense que llegaba al cantón como resultado de la presencia extranjera por la producción aurífera, era fanática de las películas de Roy Rogers —el célebre actor y cantante cowboy que siempre estuvo acompañado de Silver, su caballo y amigo—, por lo que, quizás, decidió llamar a su hijo Roy en homenaje a esa cinefilia.
Roy es el primero de ocho hijos y en su infancia estuvo rodeado de mujeres (madre, tías, abuelas), quienes lo criaron. Siempre tuvo habilidad para recitar poemas, dibujar mapas, inventar historias, ganar concursos literarios, cantar pasillos y bailar —la foto que aparece en la portada de esta poesía reunida muestra a un Roy de siete años bailando mambo, vestido con una chaquetita roja de tela espejo—. También tenía habilidad para escaparse de casa: «Eran épocas festivas, no tengo una memoria trágica, excepto cuando de niño, un amigo mayor que yo muere de un ataque al corazón y yo, lleno de flores, iba a verlo al cementerio. Pasaba mucho tiempo en el cementerio, me gustaba estar ahí. De muy niño, también, me gustaba estar en casas ajenas, era como un bufón chiquito. Los habitantes de Portovelo son muy hospitalarios y me recibían bien. De pequeño atesoraba un libro con los versos y la prosa de Juan Ramón Jiménez, regalo de una de mis maestras de la infancia. Lo cargaba a todos lados como los zapatos que llevaba puestos».
Roy —que estudió pintura en Guayaquil y tuvo acceso a diversas bibliotecas donde leía desde los clásicos ingleses, franceses, hasta autores locales como Medardo Ángel Silva— dejó Portovelo cuando terminó el bachillerato. Con su primer sueldo se compró un bolso rojo de cuerina y se escapó hacia Quito, donde quiso estudiar literatura, pero terminó haciendo diferentes oficios, ampliando su experiencia lectora y escribiendo.
«También me enamoraba. Es normal que, siendo así, enamorizado, quieras irte a otro lado, siempre he sido una persona huidiza. Me amarraban a la pata de la cama para que no me vaya. Me gustaba el contacto corporal, así que nos escapábamos. Era una especie de hondura donde me sentía a gusto y los demás también. Con quienes me escapaba éramos como esos animalitos que, de pronto, sin aviso, se lamen las heridas mutuamente». Entre frecuentes y urgentes desplazamientos —viajes, huidas, retornos, sueños, pérdidas—, Roy fue haciendo su reino natural con base en la escritura y la gestión cultural, moldeando una vida llena de concomitancias y contingencias. Su primera publicación (Cabeza quemada), que es una plaquette, la hizo él mismo en complicidad con los trabajadores de una imprenta de Portovelo. Con esa misma energía incierta, pero rotunda, se han ido publicando el resto de sus libros o se han generado diversas colaboraciones con artistas como Pablo Cardoso, Patricio Palomeque, Janneth Alvarado o Larissa Marangoni.
«Siempre digo que el azar objetivo de los surrealistas es lo que sobrevive del surrealismo y eso me gusta. Si las cosas se quedan contigo es porque tú das con ellas: las personas, el paisaje, los libros, el amor. Hay una presión sanguínea que te exige hacer cosas, como escribir o desear. Aunque nada ha sido fácil y más bien hay mucho desquiciado allá afuera, no estás en el mundo para disculpar la brutalidad de nadie. Yo estoy vivo porque quiero y me gusta estarlo. En algún momento pude despacharme, pero no. Sigo».
Roy actualmente reside en Portovelo, junto con su madre, rodeado de buganvilias.
María Auxiliadora Balladares
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