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La traducción de la crisis en el pensamiento político y social surgido en la segunda mitad del Siglo XIX entre los artistas que pretendían la lucha por la sociedad y la búsqueda artística en la fuga de la realidad para reencontrar nuevos valores humanos y espirituales se da en el arte de Vanguardia. Éste fue la tipificación de la cultura iniciando el siglo XX en las crisis y las contradicciones en que su subsumía el ámbito de la vida humana europea.
En este contexto, Marinetti, un bon vivant propio de la transición entre estos siglos, lanzó su Manifiesto que proponía ferozmente captar el movimiento y la transitoriedad en las experiencias espaciales con símbolos plenos en la velocidad y el ruido, la trepidación y la dinámica de la “eterna velocidad omnipresente”. El arquitecto Sant’Elia adhiere a esta visión afirmando que desde la arquitectura es posible “entender el esfuerzo de armonizar con libertad y gran audacia el ambiente y el hombre, o sea, convertir el mundo de las cosas en una proyección directa del mundo del espíritu”.
Valorar al Futurismo y, especialmente su arquitectura dibujada que se asoció a la vorágine vertical y horizontal de las ciudades norteamericanas y produjo una conmoción real y auténtica en el mundo cultural italiano y europeo, es una tarea no exenta de polémica fuerte por sus propias fundamentaciones pero necesaria para comprender el desarrollo de la arquitectura que, hoy día, revisita sin mayor conciencia sus postulados y bajo otras imágenes y lenguajes emergen las agujas-torres que son parte ineludible del desequilibrio de la ciudad contemporánea.