Tanto los
grandes como los más pequeños museos del mundo caminan a la par de los
vertiginosos avances que se producen en la sociedad. Antes nos deteníamos en el
“objeto museológico”, hoy en el “sujeto social”; con ello no estamos diciendo
que ese objeto ya no es lo importante, sino que ambos, tanto objeto como sujeto
son tomados como referentes de la memoria.
Dicho cambio de paradigma nos
permite pensar y darnos cuenta que hoy hablamos de museos como espacios políticos.
Entonces, si el museo es entendido como tal, es pensando que el mismo debe
asumir posturas, haciendo elecciones, porque debe hacerlas; debe tomar
decisiones con relación a qué quiere contar y cómo quiere contarlo, es decir
que el museo no se asume ingenuo sino como un espacio en permanente construcción,
en diálogo con su pasado y su presente, en diálogo con el otro, un lugar para
pensar y pensarse, reflexionar e interpelarnos. Hablamos entonces de una
Museología crítica, social y comunitaria. El museo es un espacio de conflicto,
tiene que ser participativo, inclusivo, colaborativo y accesible; un sitio que
desde su multiplicidad de acciones salga de sus muros y promueva la
transformación social de sus comunidades y sus realidades, un museo que
propicie desde sus narrativas -explícitas e implícitas-, las múltiples voces,
la diversidad de miradas y camine junto a esas comunidades.