Con sesenta años de trayectoria poética, la voz de Jaime Labastida se presenta hoy como una singularidad ineludible para entender la vida cultural e intelectual del México del siglo XX y el de la transición al nuevo milenio. Su poesía se ha distinguido, en buena medida, por el establecimiento de un diálogo permanente con los intereses y la mirada propios del pensador. Si bien una vertiente de ésta surge del desbordamiento amoroso y de la conciencia acorralada de quien habita la ciudad, existe otra que es fruto del ejercicio sensible de la inteligencia y que se sume heredera de una tradición que se remonta a Sor Juana, Jose Gorostiza y Paul Valéry, e incluso otra –podría decirse–, moldeada en los hornos de una indignación meditativa ante las brutales contradicciones de la historia y los absurdos de la realidad de nuestra época.